Una trepidante saga protagonizada por Anya Taylor-Joy



Desde los primeros momentos de la película queda claro que, incluso cuando era niña, Furiosa fue criada para sobrevivir en el páramo, mostrando habilidades de supervivencia, autodefensa e ingenio. Pero desafortunadamente, una turba de motociclistas la secuestra mientras intenta proteger su hogar y la llevan a su comunidad como prueba de que hay un lugar lleno de riquezas fértiles más allá del desierto. En una serie definida por el sudor, la arena, el óxido, el metal y el aceite de motor, sorprende ver la Tierra de Muchas Madres (también conocida como Vovalini) en una yuxtaposición tan directa. Hay un cambio visual tan drástico en comparación con todo lo que hemos visto en el universo Mad Max que es imposible no sentirse perseguido por su recuerdo. El público sabe dónde terminará Furiosa, como ya hemos visto “Fury Road”, y la película se ve realzada por los eventos de “Furiosa”, agregando profundidad a la ya convincente historia.

Cuando Furiosa es arrojada al páramo, el conocimiento de su Edén queda arrebatado por cada decisión que toma y cada pizca de justa furia que desata sobre quienes se lo arrebataron. En lugar de funcionar como una película de persecución de “Fury Road”, hay una ferocidad inherente incorporada en la saga de venganza de Furiosa, que arde más con cada momento que pasa antes de trascender el fuego y convertirse en una venganza helada. Furiosa trae quietud y una sensación de control a este mundo lleno de motores atronadores, explosiones y guerreros sacrificados; su verdadero poder no está en la fuerza, sino en el silencio. Brown y Taylor-Joy son maravillas de contemplar con su estoicismo inquebrantable en una sociedad llena de personajes exagerados -en su mayoría hombres- cuyos ojos por sí solos dicen más que cualquier monólogo de un señor de la guerra corrupto.

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